El conjunto cerrado es
una nueva organización social y de gobierno, equivalente a un municipio
chiquito, donde el administrador es el alcalde.
De ahí que las instancias de
gobierno al interior de la unidad residencial no se puede limitar a
mejorar el ornato. Debe contemplar la forma de ejercer ese gobierno, si
dificulta o facilita la participación ciudadana, si se reconoce a los voceros,
si se tienen en cuenta sus opiniones, si se aceptan las persidades.
Esa es una de las
apreciaciones de María Teresa Rincón, coordinadora del grupo de investigación
Convivencia y Ciudadanía de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad del
Valle, quien lideró un estudio sobre cómo es vivir en copropiedad
horizontal, en 45 unidades residenciales de los seis estratos en Cali.
Esta es una de las múltiples
ventanas de la realidad a la cual se asoma un buen número de caleños que
optaron por el nuevo estilo de vida del conjunto cerrado, las unidades
residenciales y los edificios multifamiliares, impulsados por el anhelo de
tener más seguridad.
Expectativa que se cumple,
dice la investigadora, con ventajas como la de poder dejar los niños
(grandes) y adolescentes bajo la supervisión de vecinos y
vigilantes, sabiendo que de allí no van a salir y les da mucha tranquilidad a
los padres y madres de familia que trabajan
Marta Lucía Echeverry
Velásquez, directora de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad del
Valle y coautora del estudio, observa ventajas como que las
asambleas de coopropietarios son una especie de “feria de la democracia”,
en la cual los niños aprenden cómo resolver conflictos y llegar al
consenso por las vías del diálogo y a participar en las decisiones por
medio de las votaciones.
“En la asamblea se sigue un
orden del día, se exponen argumentos, hay una deliberación, es un
aprendizaje para formar buenos ciudadanos y con una mejor forma de
relacionarse con lo público”, dice Martha Lucía.
Experiencias así
muestran cómo les cambió la vida a los caleños desde que las unidades
residenciales, los multifamiliares y los conjuntos cerrados se convirtieron en
una alternativa de vivienda.
Pero también hallaron casos
en los que hay aspectos por mejorar. Por ejemplo, una unidad
residencial donde el reglamento tiene un amplio capítulo sobre el uso de la
piscina, pero la piscina no existe. El proyecto incluía planos donde aparecía
el recuadro azulito, pero después se decidió levantar otra torre de
apartamentos sobre ese espacio.
“Era impactante ver cómo los
niños y los adolescentes hablaban de la piscina como un sueño o una
frustración. Ellos la pintaban en los talleres que realizamos y decían:
‘aquí va a quedar la piscina’, porque así se las ofrecieron”, cuenta la
investigadora Martha Lucía.
En otro conjunto con 340
apartamentos y solo 170 parqueaderos, vieron que los dueños deben acordar cómo
turnarse los sitios de parqueo, pues cuando se construyó no se consideró
que todos los propietarios pudieran adquirir carro.
O administraciones que
les tienen listo el reglamento a los futuros residentes del conjunto,
copropietarios que se enfrentan a normas hechas sin participación comunitaria,
o que son incompatibles con la realidad de su condominio porque las copian de
otros.
Por ejemplo, un ingeniero
cuenta que al comprar su apartamento en un edificio de estrato
seis, jamás se le ocurrió preguntar si además de la administración, había un
gasto extra. Cuando ya lo había adquirido, se enteró de que había que pagar una
cuota adicional porque dos años antes llamaron a un trabajador para arreglar el
ascensor y el hombre se cayó y se mató. “La esposa demandó al edificio, ganó y
nos toca pagarle una pensión vitalicia. Sin pensar terminamos cargando ese
muerto”, dice este profesional.
“Este tipo de
situaciones se presentan porque las personas compran el proyecto desde una
maqueta y de un momento a otro se encuentran con normas preestablecidas o
viviendo con gente desconocida que tiene limitaciones para vivir en
comunidad”, opina Martha Lucía.
Diana María López, una
comunicadora con más de doce años dedicada a administrar propiedad horizontal,
confirma que la principal motivación de la tendencia al encierro es la
seguridad. Aunque más de un administrador admite que no faltan las
“garroteras”.
Conflictos tan elementales,
pero tan comunes como el manejo de las mascotas. “Administré un conjunto de 88
apartamentos y en 60 tenían perros. Entonces, eran casi 60 quejas por el perro
que se hizo al frente de su puerta o de su zona verde. Eso desgasta, toma
tiempo, hay que conciliar, es bastante complicado”, reconoce Diana María.
Pero si hay un ventanal por
donde se alcanza a apreciar la mayor fuente de conflicto, es la falta de pago
de la cuota de administración por parte de uno o más vecinos. “Ese es el meollo
de todo”, sentencia esta administradora, quien varias veces ha tenido que
“hacer milagros y acomodar el presupuesto” para el ornato, pago de servicios y
otras obligaciones. Entonces en las asambleas, dice ella, el sentir general de
los demás es que “si no tiene cómo vivir aquí, entonces que se baje de estrato
y se vaya para otra parte”, comenta.
Apreciación que cobra
sentido cuando la percepción de los residentes es que sí se sienten de mejor
estrato por vivir en conjunto cerrado, pues eso les da sensación de prestigio y
ascenso social, así su origen sea de otro más bajo.
Otro elemento destacado de
la investigación es que la vivienda en condominio altera el concepto de
privacidad, ya sea porque se reducen los espacios, las zonas sociales son
comunes y porque la modernidad usa cada vez materiales más livianos y las
paredes son medianeras (una sola para dos apartamentos o casas).
Así se está expuesto a
ruidos cotidianos como vaciar el baño o las discusiones de pareja. Y si estas
pasan de tono, con mayor razón. Un ejecutivo revela que tuvo que soportar
largo tiempo una pareja vecina con una relación tormentosa: primero se peleaban
a los gritos y los golpes –una vez se encontró en el ascensor a la mujer
reventada– y después de esa película de terror, pasaban a la telenovela de la
reconciliación y los sonidos del éxtasis sexual.
En ese sentido, las
trabajadoras sociales revelan que siempre se asume que todas las familias
son tradicionales: heterosexuales y con hijos. Uno de los
administradores confirma que hay poca tolerancia cuando la pareja es gay,
a lo cual les aclaran que siempre y cuando no hagan escándalos, no se les
puede excluir del condominio.
A todas estas, muchos
residentes no permiten hablar mal del conjunto, porque lo consideran como
hablar mal de la familia. “Es afectar para la compra y venta del predio, hay un
patrimonio qué proteger”, enfatiza Martha Lucía, aclarando que no se cuida solo
al bien material sino a un bien intangible en donde crecen y socializan
los hijos.
En ese sentido, creen que
hace falta trabajar desde la perspectiva de la convivencia, la tolerancia y la
persidad, los valores, la comunicación con participación y el compromiso.
“Porque muchos residentes asumen que si pagó la administración, ya compró
la convivencia y no es así”, anota María Teresa.
También se ha visto que la
relación de quienes habitan en la unidad residencial con su entorno no es la
más cercana. “El encerramiento aisla a sus residentes del resto del barrio y de
la comuna y al salir solo se encuentran sanitarios de perros que ensucian el
espacio que los separa”, comenta una de las investigadoras.
“Se pierde esa conexión con
la comunidad que no deja que se piense como ciudad. Allí hay que tender puentes
y no perder el uso del espacio público y la visión de ciudad”, afirma Martha
Lucía.
De hecho, uno de los
cuestionamientos de las trabajadoras sociales es que si la inseguridad fue la
que motivó el auge de los conjuntos cerrados y seguimos viviendo en ciudades
inseguras, ¿quién va a resolver las fracturas sociales entre los que viven
encerrados y los que no?
O ¿qué va a pasar con
los niños que crecen en encerramiento? Esta nueva generación está
creciendo alejada de la realidad, los chicos no saben qué es un desplazado que
llame a su puerta a pedir comida, ropa o ayuda y mucho menos qué es el
conflicto. “Es la socialización burbuja”, concluye María Teresa.
Seminario Internacional en Univalle
Con dos conferencistas internacionales invitadas,
Sonia Roitman (Argen- tina), y Edvania Torres (Brasil), la Universidad del
Valle realizará el Primer Semina- rio Internacional sobre Encerra- miento
Residen- cial Urbano, el 13 y 14 de octubre próximo.
El evento está organizado por la Escuela de Trabajo
Social, de la Facultad de Humanidades, en el marco de la celebración de
los 70 años de Univalle, junto con y la Red Internacional de Investigación
sobre Encerramiento Residencial Urbano RIIERU.
Informes: Escuela de Trabajo Social y Desarrollo Humano,
Edificio 386- Teléfonos: 3315229 Ext. 101. Universidad del Valle. correo:
redencerramiento. residencial @gmail.com http://redinvestiga
En el nuevo estilo de vida de la unidad o conjunto
residencial, los porteros se han convertido en los principales
agentes de socialización, que están pendientes de los niños y con los
jóvenes.
Otro aspecto positivo son las celebraciones
de las novenas de Navidad, Día de los Niños, de la Madre o reunir- se a
ver partidos de fútbol.
No hay un cálculo
de cuántos conjuntos o unidades residenciales hay en Cali, pero la
investigadora María Teresa Rincón señala que esta modalidad de vivienda ya no
es exclusiva de los estratos altos o medios, es tal su auge que se convirtió en
una opción en los programas habitacionales que promueve el Gobierno en el nivel
subsidiado o gratuito.
Una modalidad que se extiende cada vez más, en la medida en que los barrios se
están cerrando por diferentes argumentos.
Esa
realidad presente en la ciudad que, en principio, se comprende con la
justificación de la seguridad, pero que avanza a pasos agigantados como una
modalidad que facilita algunos procesos de la vida cotidiana, será analizada
por expertos que buscan entender el fenómeno del encerramiento residencial
urbano, que de paso está cambiando algunas de las actividades propias de las
ciudades y de sus habitantes.
Se
trata del Encuentro Nacional de Investigación sobre Encerramiento Residencial
Urbano, que tendrá como epicentro a Cali y reunirá a expertos de diferentes
disciplinas.
Rincón, profesora de la Escuela de Trabajo Social y Desarrollo Humano de la
Facultad de Humanidades de la Universidad del Valle, explica que no se trata de
una inquietud reciente, pero que sí interesa a diferentes campos. Añadió que es
necesario abrir un espacio a la comunidad en general para comprender esto del
encerramiento residencial.
“Hemos
visto el incremento de los multifamiliares en la ciudad y, de paso, asuntos
como el tema de la convivencia. Sabemos que hay conflictos, pero no podemos
sacar esa información desde los mismos conjuntos. Por eso, queremos hablar
desde la perspectiva urbanística”, dice y agrega que es mirar lo que
representan, la relación con los barrios, las calles y los parques.
También
encontrar qué sucede dentro de los conjuntos y cómo se resuelven las diferentes
situaciones en estos lugares que se convierten en espacios de gobierno
privados. “No se trata de atacar o destacar. Se trata de mostrar esa realidad, sus
potencialidades, sus debilidades, problemas y discutirlos”, dice la profesora
Rincón.
En
Univalle es un tema que se mira desde diferentes enfoques. En Trabajo Social lo
hace el grupo ‘Convivencia y Ciudadanía’, en Geografía, a través del profesor
Pedro Martínez Toro, y en Ciencias Sociales con Adolfo García Jerez.
Rincón hace parte de la Red de Investigación sobre Encerramiento Residencial
Multifamiliar e integra el comité organizador del encuentro, que se llevará a
cabo en octubre, y que pondrá a pensar a muchos sobre lo que parece tan
natural: vivir en un conjunto residencial.
“Los
conjuntos residenciales, como fenómeno, hacen alusión a cerrar espacios en el
interior de la ciudad con distintos objetivos. Aparentemente, la razón inicial
es la inseguridad, pero reconocemos que también hay una industria inmobiliaria
y de seguridad para quien es rentable la venta de este tipo de vivienda, que
particularmente en Colombia, se encuentra en casi todos los grupos
socio-económicos, no así en otros países donde se concentra en los estratos
altos”, dice la investigadora.
Precisamente,
esos estudios demuestran que no todos están preparados para vivir en este tipo
de espacios, debido a los cambios que implica en el vida cotidiana. Por
ejemplo, una persona que viene de un barrio se encuentra que su piso es el
techo del vecino, que los materiales de construcción permean los sonidos, que
los espacios son comunes, que existe un manual de convivencia y una
administración que pagar.
La
investigación muestra que hay conjuntos muy pequeños o muy grandes, unos con
dificultades de parqueaderos o sin espacios comunes, y otros con uno o dos
administradores para 400 apartamentos. Y esto genera conflictos, dice.
Algunas
de las prácticas en función de la vida en los conjuntos residenciales cerrados
están cambiando la vida cotidiana, la manera de ser ciudadanos y la de las
nuevas generaciones, comenta la experta María Teresa Rincón.
“Este
es un asunto complejo que estamos trabajando en la Universidad del Valle con
diversas miradas. Lo que más nos interesa es la investigación, pero también
tenemos como objetivo, la intervención para poder contribuir a una convivencia
saludable”, concluye la investigadora.
CALI